La disciplina es un conjunto de hábitos que se adquieren gracias a la intervención de los adultos y de modelos de conducta a seguir. En estos últimos años, la palabra disciplina se ha convertido en uno de los principales temores de los padres. Tenemos miedo de que nuestros hijos nos dejen de querer porque les impongamos normas de conducta. Sin embargo, el caer en esta tentación podría llevar a nuestros hijos a no contar con aprendizajes básicos y necesarios cuando crezcan. La disciplina es un acto de amor que debemos practicar con constancia y tesón en nuestros hijos.
Beneficios de la disciplina en nuestros hijos
- Generar una alta autoestima
- Ayuda a desarrollar las habilidades sociales
- Fomenta la autodisciplina
Si les permitimos a nuestros hijos vivir bajo sus propias normas en casa, se llevarán un duro golpe cuando comprendan que el mundo real no funciona así. Este es el primer daño que les estaremos evitando a nuestros hijos si aplicamos la disciplina de forma constante con ellos.
Por otra parte, las personas que son disciplinadas, desarrollan la empatía con mayor facilidad, lo que les facilita un mejor relacionamiento social.
Por último, quien recibe disciplina por parte de sus adultos a cargo, es mucho más posible que se convierta en una persona autodisciplinada. Los resultados de este proceso se verán a diario en la vida de nuestro hijo adulto, quien será una persona trabajadora, ordenada, organizada, apacible y propenso a las relaciones sanas.
¿Cómo se entrena la disciplina?
Tal vez seamos reticentes a aplicar la disciplina porque no queremos que nuestro hijo sufra lo que nosotros hemos sufrido. Si este es tu caso, lo primero que debes tener en cuenta es que la forma en la que se disciplinaba cuando tú transitabas la infancia, no es disciplina. Confundimos la disciplina con el autoritarismo. Y eso es lo primero que debemos cambiar. El concepto en sí mismo.
Educar y disciplinar no es sinónimo de entablar una relación tensa y recurrir a las discusiones y a los gritos con nuestros hijos. Al contrario de ello, la disciplina puede ser un puente que fomente un mejor relacionamiento con ellos y que abra el diálogo para conocerlos y conocernos mejor.
Aplicar la disciplina involucra los siguientes procesos:
Refuerzo positivo:
Significa hacerles saber a nuestros hijos cuándo han hecho las cosas bien y estimularlos a que continúen así.
No premiar ni castigar:
Estos principios son de la vieja escuela y solo consiguieron que los niños actuaran de forma correcta para recibir un premio, no porque estaban convencidos de que eso era lo que debían hacer, y que evitaran actuar de forma incorrecta por miedo al castigo. Como no queremos futuros adultos interesados y solo pendientes de motivación externa, como tampoco temerosos e incapaces de reclamar sus derechos, educaremos inculcando la consciencia de que eso es lo que debe hacerse porque está bien, así de sencillo.
En definitiva enseñarle que la recompensa está en el placer de las cosas hechas y las responsabilidades cumplidas. Ese sentir es una gran recompensa en sí mismo.
Claridad y coherencia:
Las indicaciones deben ser claras y dadas de forma precisa y personalizada. A su vez, todos los adultos que rodean al niño deben aplicar las mismas pautas de conducta manteniendo la coherencia, y por supuesto, enseñar con el ejemplo.
Ser realistas:
Siempre debemos tener en cuenta la edad de nuestro hijo al implementar normas de conducta y disciplinaria. Lo mismo ocurre cuando queremos que nos ayude en las tareas domésticas; no podemos esperar que un niño de tres años haga su cama y lave su ropa, pero sí podemos enseñarle a guardar sus juguetes al terminar de jugar.
Y recuerda lo siguiente: el cariño es la base de toda regla disciplinaria. Antes de hablarle a tu hijo para enseñarle algo o para decirle que ha actuado mal, pregúntate si hay en ti la dosis necesaria de cariño para que la experiencia sea positiva y enriquecedora.
Con Amor,
María José Patino