Las 5 heridas de la infancia

La infancia es una etapa crucial en nuestra vida. Lo que en ella experimentamos se queda con nosotros toda la vida. Es por ello que como padres debemos ser muy cuidadosos en la educación y en el trato que impartimos a nuestros hijos. A través de nuestras acciones podremos sanar o abrir más a fondo las heridas de la infancia.

¿Qué son las heridas de la infancia?

Las heridas de la infancia son secuelas de origen emocional que se generan cuando somos niños y que nos acompañan a lo largo de toda nuestra vida. Son tan profundas y dolorosas, que si no logramos sanarlas de forma adecuada, pueden llegar a impedirnos llevar una vida plena.

Causas de las heridas de la infancia

Si bien muchos adultos que arrastran consigo heridas de su infancia han vivido esta etapa de forma traumática, esta no es la única causa de tener herido a nuestro niño interior. Debido a que los niños absorben la realidad como esponjas, pero no suelen ser muy eficientes cuando llega el momento de interpretarla, es posible que sientan que están siendo abandonados o incluso despreciados por sus padres, cuando en realidad lo que ocurre, por ejemplo, es que viven en un hogar de padres trabajadores que no le pueden dar toda la atención que él quisiera.

Las cinco heridas que pueden surgir en la infancia:

  • Miedo al abandono.
  • Miedo al rechazo.
  • Miedo a la traición.
  • Herida de la humillación.
  • Herida de la injusticia.

Si el niño no es adecuadamente contenido, puede desarrollar el miedo al abandono. Esta clase de temor se manifiesta en la vida adulta a través del miedo a la soledad y, por ende, son personas capaces de tolerar cualquier cosa con tal de conservar a la pareja a su lado.

El miedo al rechazo es el más profundo y severo que existe. Tiene su origen en la no aceptación de los pensamientos e ideas del niño por parte de los adultos de su círculo familiar. Con el pasar de los años, el niño puede llegar a despreciarse a sí mismo y a considerar que no merece ser amado.

Cuando los padres fallan sistemáticamente en cumplir sus promesas, el niño desarrolla el miedo a la traición, el cual lo llevará a desconfiar de las personas y pueden llegar a aislarse.

Algunos padres, de forma consciente o no, ridiculizan a su hijo. Lo que al comienzo es un temor pasajero, se convierte en la herida de la humillación, condición que lo llevará a buscar la constante aprobación de los demás cuando se convierta en adulto.

La herida de la injusticia se aloja en aquellos niños a los que se les exige más de lo que pueden dar y que son objeto de una crianza fría e intransigente. Lo que les sucede de adultos es que se tornan rígidos, no son capaces de llegar a acuerdos con otros y tener un diálogo con ellos es una tarea muy difícil.

Consecuencias de las heridas de la infancia

Cuando un niño herido crece, estamos hablando de una persona que ha integrado el aprendizaje de convivir con el miedo y la incertidumbre. No es consciente pero vive la vida con más tensión, con más miedo, se pone a la defensiva fácilmente, puede desconfiar de su entorno o tener la necesidad de sujetarse a alguien muy fuerte en busca de seguridad.

Es a lo largo de nuestros años de infancia que aprendemos a comprender y a decodificar el mundo que nos rodea. Por lo tanto, transitarlos con miedo y angustia hará que esas emociones se encapsulen en nosotros y nos lleven a un permanente estado de tristeza y de estar a la defensiva.

¿Cómo se supera el trauma? ¿Cómo se cura la herida?

Se puede curar la herida, pero requiere de tiempo, trabajo y constancia, y casi siempre, ayuda profesional.

Es importante tomar conciencia de cuál es la herida y cómo reaccionas cuándo se roza.

Es necesario entender la necesidad de proteger esa herida.

Y profundizar para ser consciente del sistema de creencias, de tus miedos.

Reaprender nuevas formas de responder ante la situación temida es fundamental.

Para ello a veces es necesario reprocesar los recuerdos, para poder reinterpretarla desde una perspectiva diferente. La perspectiva de un adulto.

Imaginar desde fuera al niño que fuimos. Conectar con él y con cómo se sentía, hacernos cargo de él como si fuéramos sus cuidadores hoy en día. ¿Qué necesitaba?

Aprender a autorregularse, manejar tú mismo tus emociones, sobre todo en el momento de crisis.

Empoderarse poco a poco, confiar en las capacidades y habilidades propias para poder hacerse cargo de uno mismo. Para confiar en uno mismo, y en la capacidad de relación con el entorno.

Con Amor.
María José Patino