El mundo se rige por normas y acuerdos a los que, nos guste o no, debemos adherirnos. Por lo tanto, ponerles límites a nuestros hijos no tiene por qué hacernos sentir los malos de la película, sino más bien el héroe.
Un niño que entiende los límites desde pequeño, es un niño que difícilmente tendrá problemas con la autoridad en el futuro. Por ende, formará parte de la sociedad de manera funcional, aceptando las normas de convivencia social.
Si bien en ese momento nos sentiremos orgullosos de la labor que hemos hecho y del resultado visible en nuestro hijo, esto no significa que el proceso sea fácil, ni mucho menos agradable.
Dejar claros los límites y hacerlos respetar es una ardua tarea a la que tendremos que abocarnos hasta bien entrada la adolescencia. La diferencia entre un niño de hasta tres años y un adolescente con respecto a los límites, es que el primero no sabe exactamente dónde se encuentran, mientras que los segundos los conocen a la perfección, por eso tienen muy claro dónde presionar y cómo tratar de extender ese límite.
La etapa que abarca hasta los tres años nos brinda la ventaja de que los niños son como esponjas para absorber lo que deseamos enseñarles, siempre y cuando seamos constantes, perseverantes y evitemos la contradicción.
¿Con qué estrategias cuento para ponerle límites a mis hijos de hasta tres años?
Pon en práctica estos 3 pasos:
- Ser claros y mantenerse firmes:
No debemos temer darles indicaciones a nuestros pequeños. Es más, estas deben ser claras y firmes. De esta forma, comprenderán sin disfraces de ningún tipo lo que se espera de ellos. - Usar el lenguaje afirmativo:
En la medida de lo posible, trataremos de no abusar de la palabra “no” y nos comunicaremos de manera positiva, o sea, diciéndole cuál es el comportamiento esperado y correcto. De modo que en vez de decirle: “no dejes tus juguetes tirados,” lo cambiaremos por “cuando se termina de jugar, recojo mis juguetes ”. - Esperar a que se calme:
Si no tengo entrenamiento y conocimiento del por qué y él para que de las rabietas, es posible que reaccionemos igual que nuestro hijo: con nerviosismo extremo y grito Pero pensemos por un momento: si nosotros estuviéramos en una crisis, ¿nos calmaríamos si alguien intenta apaciguarnos mostrando un estado mucho más alterado que el nuestro? Dale a tu hijo tiempo y espacio para que se tranquilice. Una vez ello ocurra, háblale con calma y firmeza, puesto que estará listo para escucharte. Aunque recuerda que su cerebro racional aún no está presente, y la comunicación que predomina es la emocional.
¿Por qué resulta tan difícil poner y mantener los límites?
Actualmente, los padres tienen miedo a imponer prohibiciones y castigos o a demostrar excesiva fuerza. No desean (por suerte) dominar a sus hijos; la educación autoritaria les aterroriza, por las traumáticas huellas que dicha educación dejó en muchos de ellos. Por ello, son más tolerantes, más liberales y más amistosos que los padres de antaño.
Y eso nos puede hacer llegar al otro extremo de excedernos en el amor y olvidarnos de los tan necesarios límites.
Por todo ello, el formarnos como padres se vuelve indispensable para que podamos definitivamente desarrollar un concepto de educación propio, más acorde con otros modelos socio-familiares democráticos y participativos, que mantengan una posición equilibrada entre el dar y el exigir.
Con Amor,
María José Patino