En un mundo renovado en el que la infancia tiene un rol tan importante, ya no basta con hacer las cosas para modificar y prevenir la conducta nociva o inapropiada en nuestros hijos, sino que el “cómo” lo hacemos es tan importante como la acción en sí misma.
Diversos estudios psicológicos han demostrado que ciertas formas de modificar el comportamiento de nuestros hijos hacia horizontes más prometedores, no siempre son beneficiosas.
A los efectos de lograr el impacto deseado, necesitaremos hacer una combinación que permita el ensamblaje ideal entre corregir, establecer límites y permitir la libertad de acción.
Un desajuste de estos elementos puede acarrear consecuencias indeseadas por parte de padres y educadores cuyas acciones son siempre en pro del bienestar de sus niños.
Formas de corregir que dañan la personalidad del niño
La finalidad de la corrección en el niño, es lograr un adulto de excelentes modales, tan educado que pueda interactuar en todos los contextos, que resulte aceptado en la sociedad, que logre conservar sus empleos y sus relaciones personales y, por supuesto, que sea íntegro. Sin embargo, la falta de tiempo y de conocimiento, sumada a la vertiginosidad de un mundo que nos pisa los talones para que aceleremos la marcha, hace que las acciones tomadas para corregir a nuestros niños terminan deteriorando su personalidad.
Muchas de las equivocaciones de los adultos con los que hoy convivimos e interactuamos vienen de una corrección deficiente. La buena noticia, es que hoy conocemos lo que perjudica a los peques, así que estamos en condiciones de tomar una senda alternativa.
Cuando llegue la hora de corregir a quienes más amamos, esto es lo que debemos evitar:
- Convertirlos en nuestro depósito de estrés y frustración
- Incurrir en la inconsistencia
- Hacer diferencias entre los hermanos
- Sobreprotegerlos
- Brindar malos ejemplos
- Premiar los logros
- Castigar los errores
- Amenazar con castigos imposibles de llevar a la práctica
¿Qué consecuencias tienen las malas prácticas en la corrección?
Cada modalidad de corrección mal encaminada, afecta de forma negativa la personalidad de nuestros niños en una etapa tan vulnerable y de tanta absorción de conocimiento y de hábitos como lo es la infancia.
Si cuando vamos a corregirlos en pequeñas acciones, tales como no dejar sus juguetes tirados o lavarse las manos antes de comer, permitimos que todo nuestro estrés acumulado y las frustraciones inherentes al día a día de un adulto que lidia con más cosas de las que puede, impacten sobre el pequeño, estamos forjando la personalidad de un futuro adulto inseguro y temeroso.
Por otra parte, el “haz lo que yo digo, no lo que yo hago,” es un concepto impregnado de una filosofía que ha quedado arcaica.
Los padres de hoy predican con el ejemplo, ya que lo que es bueno para sus hijos, lo es también para ellos. Del mismo modo ocurre con la falta de constancia o con permitirles algo a los hermanos que a ellos no se les permite.
Para evitar criar a un futuro adulto resentido y que se encuentre constantemente a la defensiva, las reglas deben ser claras y parejas para todos, así como también constantes en el tiempo. Si algo no está bien un martes al mediodía, no puede estarlo un viernes a la noche, aunque estemos muy cansados para decírselo.
Los premios y los castigos son recursos que nos llevan a engañarnos a nosotros mismos, ya que nuestros hijos no hacen o dejan de hacer lo que les enseñamos porque entienden que es lo correcto, sino por el interés de obtener su recompensa o por miedo al castigo. El resultado es el de forjar una personalidad manipuladora e interesada o, en el caso de los castigos, temerosa.
La sobreprotección es la otra cara de la falta de límites, ambas igual de peligrosas. La primera genera adultos dependientes carentes de autonomía, mientras que la segunda ara el campo para una perfecta tiranía.
La regla básica es dedicarle tiempo a cada corrección y tener siempre una explicación lógica y convincente que la respalde.
Con Amor,
María José Patino