¿Qué significa ponerse las gafas del amor?
Somos nosotros como padres quienes a través de nuestras preocupaciones tendemos una y otra vez a transmitir nuestros miedos, nuestra ansiedad, el estrés a nuestros hijos los cuales llegan a interiorizarlos como parte de su propia realidad.
Los adultos tenemos una predisposición a sufrir y, por consiguiente, como ya hemos comentado anteriormente, a preocuparnos en exceso con aquellas cuestiones que se escapan de nuestro control, por lo que la preocupación llega a instaurarse en nuestra vida como un hábito formando parte de nuestro día a día.
Entonces, si partimos desde este punto donde preocuparse y sufrir es una fiel constante, cabría preguntarse qué podríamos hacer para cambiar nuestro hábito sin dejar que nuestras preocupaciones afecten al mundo emocional de nuestros hijos. La respuesta pasa por la realización de nuestro propio entrenamiento emocional y la creación de un nuevo hábito que nos permita una nueva interpretación de la realidad, pero esta vez desde el amor y la tranquilidad, desde la paciencia y la búsqueda de la harmonía y el bienestar de nuestros hijos.
Es necesario recapacitar y actuar, pasar a la acción, entrenar cada día hasta instaurar nuestra nueva forma de proceder ante nuestros hijos. Al principio nos puede parecer un imposible pero os aseguro que con entrenamiento y constancia todo se consigue. ¡La repetición trae consigo el milagro!
Pero qué ocurre realmente, andamos en la era de la inmediatez, nos hemos acostumbrado a adquirir todo lo que deseamos en un tiempo record y nos creemos que con asistir a un curso o leer un libro sobre educación emocional ya hemos adquirido todas las herramientas necesarias para poner manos a la obra y llevar a cabo el milagro en la primera de cambio.
Pues siento desilusionaros, pero la realidad pinta de otra manera y es necesario la puesta en práctica de esas herramientas para llegar a instaurar aquellos comportamientos que son los adecuados y beneficiosos para el desarrollo emocional de nuestros hijos.
Hay que partir de una premisa fundamental, nuestros hijos son un espejo evidente y claro de nosotros mismos. Y qué quiere esto decir, pues que para que ellos se sientan bien es necesario que nosotros también lo estemos y vibremos y transmitamos nuestra serenidad, nuestra tranquilidad y amor a los más pequeños.
¿Y cómo podemos llevar todo esto a nuestra vida? Pues a través del compromiso sincero y responsable de cambiar algunos resortes en nuestra vida, que ya sabemos que no nos aportan nada positivo, tomar la clara y asumida decisión de ser el cambio que queremos ver en nuestros hijos y entrenar, entrenar y entrenar.
Una vez que tomamos la decisión es necesario que cambiemos la forma de ver nuestra realidad y comenzar a enfocar nuestra atención en aquellos aspectos positivos que tenemos de cara a generar un nuevo tipo de pensamiento que a su vez desencaminará en un nuevo estado de bienestar y felicidad con nosotros mismos y con nuestra familia.
¡Recordad, pasar a la acción marca la diferencia!